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(Leyenda)
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Don Pelayo, por la
diseñadora Mar Buelga © |
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En Fuente del Rey
estos azulejos recuerdan al Maestre Don Pelayo Pérez Correa. |
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Pone lo siguiente: |
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Virgen, ¡valedme!,
¡valedme! y a mi hueste generosa; que soldados y caballos mueren
de sed matadora.
Esta es la fuente
que, por mandado del Rey San Fernando, alumbró el Maestre Don
Pelay Pérez Correa en 1248 |
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En el año 1248 la ciudad de Sevilla estaba bajo el dominio de los
almohades, que habían sucedido a los almorávides en el poder de Al-Andalus.
Las tropas de
Fernando III asediaban la ciudad sevillana desde varios flancos. En
el sur montaron un gran campamento donde el Maestre D. Pelayo Pérez
Correa, enfermo por las heridas de una flecha enemiga, recordaba
los últimos años de continuas guerras. En el delirio febril soñaba
con una mezcla de imágenes de las batallas y de la paz; veía cómo
era investido gran maestre de la Orden de Santiago en Mérida, de
pronto aparecía en el sueño la Cruz de Santiago goteando sangre,
cabezas cortadas de musulmanes rodaban a sus pies, también veía en
sus sueños al Infante D. Alfonso (que sería Alfonso X de Castilla a
quién iba a servir durante años), la imagen del infante se mezclaba
con la de su padre, el rey Fernando III en uno de sus ataques de
hidropesía. Finalmente el sueño le hacía evocar la infancia, en su
tierra portuguesa donde pasaba sed, mucha sed…, despertaba
bruscamente pidiendo agua.
Al cuidado del Maestre D. Pelayo estaba Juan
de Osuna quien humedecía los secos labios intentando calmar su sed.
El caluroso verano de 1248 hacía muy dura la
conquista de Sevilla. Llevaban varios meses combatiendo sin
descanso, desde el año anterior. Atrás quedaban los recuerdos de
tantas ciudades: Cabra, Marchena, Zafra, Morón… todas pasaron a la
corona de Fernando III y ahora quedaba Sevilla.
Como la fiebre no bajaba y el Maestre seguía
delirando, su asistente Juan de Osuna decidió llamar a Omar, un
musulmán de los quinientos que el Rey de Granada había enviado para
ayudar a Fernando III. Decían que Omar tenía poderes para curar y
había sanado a muchos heridos. Cuando el islamita llegó a los
aposentos de D. Pelayo pidió que les dejaran solos. Tomó la mano
derecha del Maestre y mirando fijamente a sus ojos dijo unas frases
en árabe. Durante dos días el musulmán hizo varias visitas
repitiendo el rito.
El contacto de Omar resultó para D. Pelayo
milagroso, ya que fue sanando progresivamente y lo más sorprendente
es que cada vez que cogía la mano del Maestre la sed desaparecía sin
necesidad de beber agua.
Cuando por fin D. Pelayo se sintió
completamente recuperado, agradeció los cuidados de Omar y le nombró
caballero personal, manteniendo una verdadera amistad. Le resultaban
admirables los poderes que tenía, sobre todo cuando Omar estaba a su
lado, ya fuera en la batalla, con el calor y el cansancio, nunca
tenía sed.
Pero la gran amistad del Maestre y el musulmán
no era bien vista por todos los guerreros. Algunos murmuraban que
no era bueno para la fe cristiana ni para los objetivos de
conquistar Sevilla.
Una noche, cuando Omar regresaba a su tienda,
fue atacado por dos de los combatientes cristianos que le
envidiaban. El cuerpo del musulmán fue atravesado por las traidoras
espadas y quedó agonizando cerca del campamento bajo la luna
sevillana.
Al día siguiente todos los que formaban el
acuartelamiento despertaron con tal sed que bebieron toda el agua
que había en los cántaros, dejando vacíos todos los recipientes. Don
Pelayo, quien también sufrió la sed, hizo llamar de inmediato a su
amigo Omar, pero el árabe no estaba en su tienda. Después de buscar
a fondo por el recinto militar y alrededores llegó la triste
noticia: había sido encontrado muerto cerca del campamento, entre
unos árboles, desangrado. Al ver el cadáver de su amigo, D. Pelayo
juró venganza para los traidores y rápidamente comenzó a hacer
averiguaciones sobre el asesinato, pero todo resultó inútil ya que
nadie sabía nada respecto a la muerte del árabe.
Sumido en una profunda tristeza, D. Pelayo
recordaba los buenos momentos que compartió junto a Omar, mientras
el ejército comenzaba a pasar cada vez más sed ya que no había agua
y el calor era más sofocante.
Al atardecer, el bochorno del verano no
descendía y cuando iban a dar sepultura a Omar, comunicaron al
Maestre las defunciones de dos soldados completamente deshidratados
que antes de morir habían confesado su participación en el asesinato
del árabe.
Ante la tumba de su amigo, D. Pelayo inclinó
las rodillas y dijo la siguiente plegaria: “Descansa en Paz amigo
Omar, que tu Dios Alá te dé la gloria, ya se hizo justicia con tus
asesinos, ¡Ojalá llegue el día en que los hombres puedan vivir
juntos sea cual sea su Dios y aunque el color de la piel y
costumbres sean diferentes!”. Pronunciando esto clavó enérgicamente
su espada en la tierra, brotando al momento un manantial de agua
que poco a poco comenzó a inundar los alrededores del campamento.
El manantial abasteció sobradamente las
necesidades del ejército de Fernando III, pudiendo tener agua
durante los meses de asedio a Sevilla sin ninguna escasez.
El prodigio causado por la espada de D. Pelayo
fue rápidamente extendido y comentado entre las tropas, quienes
llamaban al lugar "El manantial de la amistad", sin embargo los
futuros intereses de algún monarca de las dinastías venideras
cambiaron el nombre del lugar por otro más conveniente a sus deseos
absolutistas, el nombre pasó a ser "La Fuente del Rey", atribuyendo
el fenómeno acaecido a otros intereses completamente distintos a los
de la amistad entre los hombres.
Sin embargo se dice que los que acuden al
manantial mantienen su amistad para siempre.
Este
lugar, llamado Fuente del Rey, es una barriada de unos mil
trescientos habitantes (en 2014) de la ciudad de Dos Hermanas (a
pocos kilómetros de Sevilla), donde se puede contemplar el lago que
D. Pelayo con su espada hizo brotar. |