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En virtud de unas recientes disposiciones nacionales,
todos los pueblos y ciudades deben tener su escudo, como símbolo
representativo de ellos y de su historia, para presidir los edificios,
anuncios y documentos, y todo lo relacionado con las respectivas entidades
urbanas. Si nos fijamos en su primer origen, el nombre de escudo nos suena a
aquel objeto defensivo en forma de lámina, que servía para resguardar tras de
él el cuerpo de los que luchaban, y que se portaba sustentado por el brazo
izquierdo. Sobre estos parapetos portátiles, que sostenían los ímpetus y los
golpes de los atacantes, se solían pintar unos dibujos o símbolos, que
distinguían al guerrero que los llevaba, a su familia, o al rey y al señor en
cuyo favor luchaba el portador. La caballería andante y las mesnadas de los
distintos amos y señores feudales hicieron famoso y casi sagrado y
representativo de ellos al escudo, como tal, y a los signos que en ellos
figuraban.
Por este motivo, a partir el siglo X, el escudo se comenzó a valorar como una
señal y distinción de la nobleza familiar, que iba pasando de padres a hijos.
Surge por entonces el arte de la heráldica, que es conocida como la ciencia
que trata de las características nobiliarias y su reglamento. Durante el
periodo histórico de las Cruzadas a Tierra Santa, en las que intervinieron
varios reinos de la Europa cristiana, se comenzó a divulgar la costumbre de
portar el signo pintado en los escudos, como representativo de la nación,
reino o ciudad, de donde procedían sus portadores. Igualmente, las ciudades
solían ostentar en lo alto de sus murallas los blancos de sus dueños y
propietarios. Era frecuente el que casi todas las poblaciones tuviesen como
símbolo unos dibujos, o figuras, que las distinguían, como sucedía con el
león de San Marcos en la ciudad de Venecia, y el oso y el madroño en la de
Madrid.
Esto mismo sucedía en la primitiva población de Zafra, que también ostentaba
sobre las puertas de su muralla el símbolo, que sus señores, los Suárez de
Figueroa, habían colocado junto con sus propios escudos familiares. Este
signo representativo de Zafra en sus comienzos como villa consistía en un
jarrón de plata con azucenas, y así aún se conserva esculpido en piedra en la
puerta o arco de Jerez, en la fachada del palacio de Justicia de la Plaza
Chica, así como en los morriones góticos de los pilares de agua del Duque y
de San Benito.
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Pilar
del Duque |
La tradición local, valorada en documentos por el historiador y anterior
Cronista Oficial don Antonio Salazar, sitúa en la fecha del dos de febrero,
festividad de la Purificación de la Virgen María, o de la Candelaria, la
conquista de Zafra a los moros por el rey San Fernando, allá por el año 1241.
De esta relación de la ocupación de la villa con la fiesta de la Virgen
parece ser que la población tomó como primer signo heráldico el jarrón de
azucenas, aludiendo con ello a la pureza virginal de María. Y este solitario
signo de dicho jarrón constituyó, desde el siglo XIII hasta el XVIII, el
único escudo que representaba a Zafra.
En dicho siglo XVIII, por un acuerdo municipal que por desgracia no se
conserva, el nuevo escudo de la villa zafrense vino a ser el actual con los
dos cuarteles laterales del antiguo jarrón y el castillo sobre rocas,
coronado por la corona o diadema ducal realzada con cinco florones semejantes
a las hojas de apio, por ser Zafra la cabeza del Ducado de Feria. Así lo
describe el escritor Pascual Madoz en su “Diccionario Geográfico de España”
editado en 1850 y lo transcribe literalmente don Manuel Vivas Tabero en su
libro “Glorias de Zafra”, como don Antonio Salazar en su documentada obrita
“El Castillo del Castellar”.
Como todos sabemos, el actual escudo de Zafra lleva en su parte
izquierda una jarra azul plateado con azucenas blancas
sobre campo o fondo de oro, y en la parte derecha un
castillo roquero sobre fondo azul. Los autores citados han querido ver en
este castillo una alusión al primitivo baluarte alzado sobre las peñas del
Castellar, donde se situaba el primitivo asentamiento del poblado que
conquistara San Fernando III, y cuyos restos aún pueden verse en aquel
escarpado lugar. La denominación árabe de “Sajra”, de la que proviene el
actual nombre de Zafra, equivale en aquel idioma a “pitón de rocas”, que en
opinión de Salazar podría representar de un modo gráfico el aspecto que
ofrecía aquel conglomerado de rocas y edificaciones sobre la cima que sigue
siendo hoy el telón de fondo de la ciudad.
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Varias vistas de El Castellar, "telón de fondo de Zafra". |
A partir del siglo XIX, cuando en 1881 Zafra recibe del rey Alfonso XII el
honorífico título de “Ciudad”, comienza a aparecer junto al escudo una
filacteria, o cartela, con el siguiente lema “Muy noble y muy ilustre ciudad
de Zafra”, título que en el documento real de concesión se le otorgaba a la
población por la nobleza de sus orígenes, por sus numerosos ilustres hijos y
por sus bellos monumentos.
Hace sólo unos años, dado que el escudo de Zafra solía representarse con
algunas modificaciones, que se salían de las normas heráldicas que dictaban
las nuevas leyes nacionales, se convocó a una serie de señores y entendidos
en historia de la ciudad, para acordar un modelo único y documentado del
tradicional escudo. Se consiguió que sobre este escudo lo coronase la diadema
ducal, en contra de la norma de las demás poblaciones del estado, sobre las
que se situaba la corona real, debido a la tradición ya consagrada desde
siglos atrás y por el hecho de haber sido Zafra la cabeza de un territorio
ducal, que tiene su propia corona de cinco florones. También se insistió en
que el castillo no debía ser una simple torre, como en algunos lugares
aparecía, sino un baluarte con tres prominencias, según se establece en las
normas oficiales de la heráldica, y éste notoriamente situado sobre un
promontorio de rocas.
Y esta es la historia de nuestro escudo de la noble e ilustre ciudad de
Zafra, que es representada por este emblema, en el que se alude a sus
orígenes, a sus devociones, a sus características históricas y a su belleza
monumental. |
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